La fuerza en el don de Madre y Padre, para que los hijos superen todos los desafíos de la vida.
Mamá me dio unos ojos hermosos, no para que derramara lágrimas por personas que no las merecen. Papá me dio un cuerpo para levantarme y encontrar los milagros de la vida, para no cansarme por nadie.
Estos regalos de mis padres eran más que simples atributos físicos; eran símbolos de fortaleza, resiliencia y propósito. Los hermosos ojos de mi madre están destinados a ver la belleza del mundo, apreciar las cosas buenas que me rodean y reflejar la alegría y el amor que hay en mi interior. No están destinados a verse eclipsados por la tristeza causada por personas que no son dignas de mis lágrimas.
El don de mi padre de un cuerpo fuerte es un testimonio de la fuerte vitalidad que hay en mí. Está diseñado para superar obstáculos, explorar nuevos horizontes y permanecer firme frente a la adversidad. Este cuerpo es un recipiente de fortaleza, no un lienzo para ocultar las huellas del dolor impuesto por otros.
Estos regalos me recuerdan el valor intrínseco y el potencial que tengo. Me animaron a superar los desafíos, encontrar mi propio camino y vivir una vida con propósito y dignidad. Son un recordatorio de que mi valor no está determinado por cómo me tratan los demás, sino por la fuerza y la resiliencia que demuestro.
Mis ojos buscarán la belleza y la verdad, y mi cuerpo se esforzará por crecer y alcanzar el éxito. No permitiré que personas indignas opaquen mi visión ni debiliten mi determinación. En cambio, honraré el regalo de mis padres viviendo de manera plena y auténtica, aprovechando cada oportunidad para crecer, amar y prosperar.
Al aceptar estos regalos, encuentro el coraje para dejar ir lo que no me sirve y buscar lo que realmente importa. Apreciaré y protegeré los hermosos ojos que me dio mi madre, así como el cuerpo fuerte que me dio mi padre. Juntos, estos regalos me guiarán hacia una vida de plenitud, fortaleza y resiliencia.